Me encantan esas épocas del año en las que nos reunimos en familia, es entonces cuando tengo la oportunidad de escuchar las historias de mi tío abuelo de cuando vivía en Nueva York.
Su padre también era de Nueva York, varias generaciones de trabajadores que vieron construir los grandes rascacielos que se elevan a las alturas.
Nos enseña las increíbles fotos en blanco y negro de Charles Ebbets, fotos de operarios que caminan sobre las vigas de edificios en construcción, temerarios obreros en edificios como el Rockefeller Center, almorzando, caminando o durmiendo. Los vemos posar con toda naturalidad sobre el vacío, más allá de la temeridad.
De todos nosotros, a mi hermano es a uno de los que más han fascinado siempre sus historias, sobre la cama ha pegado la fotografía más famosa de Ebbets, la titulada “Lunchtime atop a Skycrapper”
Para él, es lo más parecido a la heroicidad y a la magia. Se imagina a su tatarabuelo, recorriendo esas mismas vigas, volando sobre las nubes de la ciudad y construyendo las líneas del cielo de la Gran Manzana.
Siempre le preguntamos a nuestro tío abuelo cómo eran capaces de subirse a tantos metros de altura y no sentir vértigo. Él siempre nos responde que era lo que había, tenían que trabajar, eran tiempo difíciles entonces y no había otra.
Una Profesión de Riesgo
Cuesta imaginar aquella época, entre final de la I Guerra Mundial y la Gran Depresión económica, en la década de los años 30, en la que se desencadenó en N.Y. una fiebre inmobiliaria sin precedentes de la que surgió la construcción de cientos de edificios residenciales y de oficinas de más de 10 plantas, e incluso, en algunos casos hasta los 30.
Rascacielos que acarician el cielo y dibujan Nueva York como la conocemos hoy en día, un Nueva York posible gracias al coraje de estos trabajadores de las alturas.
De hecho, muchos ni siquiera contaban con la formación específica para hacerlo ni de las medidas de protección colectivas o individuales necesarias para llevar a cabo ese tipo de tareas.
Aquella realidad nos llega en las historias de mi tío abuelo, en las mil y una anécdotas de su padre en aquellos tiempos en que recorrió los cielos de Manhattan, casi literalmente.
Así como en las instantáneas de Ebberts, tomadas entre 1920 y 1933. La mayoría no son poses preparadas, sino que muestran situaciones cotidianas de los obreros que participaban en los trabajos verticales y ordinarios de la construcción de los rascacielos de Nueva York.
Puede que fuera una mezcla de fascinación y de seguir parte del legado familiar lo que llevó a mi hermano a querer dedicarse a los trabajos de altura. Después de las historias que nos habían contado, a él le parecía que con todas las medidas de seguridad y formación que hay ahora mismo estaba lejos de ser un héroe como lo habían sido sus antepasados.
No tardó en encontrar la mejor formación posible en Traltur, una empresa que le recomendó mi tío abuelo con u n grupo humano multidisciplinar con una amplia experiencia en gestión integral de Trabajos en Altura.
Su plan de formación era exactamente lo que mi hermano buscaba, con sus cursos específicos en trabajos verticales y formación relacionada con la seguridad en los trabajos en altura en general.
Al final mi hermano no acabó almorzando a mil metros sobre el suelo, ni tampoco se echaba la siesta en lo alto de las vigas de inmensos rascacielos, pero entendió un poco mejor el trabajo de nuestros antepasados mientras trabajaba desde el cielo.